El campanario

Barcelona  2018

18/7/2018


El campanario

Barcelona (2018)

En uno de mis paseos dominicales por el barrio gótico de Barcelona pasé por la plaza de Sant Just y, después de admirar de nuevo la fuente de los tres caños, me paré delante de la Basílica de Sant Just i Pastor. Vi que un letrero, en su puerta, anunciaba la posibilidad de subir al campanario de la iglesia. Mi intención inmediata fue la de subir y contemplar una nueva perspectiva del barrio gótico pero recordé que yo padezco de claustrofobia, razón por la cual no he podido explorar muchos rincones interesantes, pero angostos, de iglesias góticas o románicas.

De todas formas, la curiosidad pudo más y entré. Pregunté al vigilante si había alguien más en la torre del campanario. Me dijo que no y pensé que, si iba sólo, podría controlar mejor mi condición. Asomé la cabeza por la entrada de la torre y, efectivamente, no se oía ninguna voz. Empecé a subir por la escalera de caracol y pronto me di cuenta que resultaba ser más estrecha de lo que había pensado y con una iluminación muy escasa. No podía subir completamente de frente porque mis hombros no cabían entre la columna central y la pared, así que decidí subir de lado, con la espalda contra la pared, y naturalmente muy lentamente.

Cuando estaba a medio camino, o eso me parecía, empecé a notar las pulsaciones del corazón en mis sienes. Afortunadamente no venia nadie más detrás mío pero yo estaba atento a cualquier eventualidad que pudiera producirse. De repente me quedé ciego.

Paré inmediatamente y me recliné contra la pared con las manos asiendo fuertemente la columna central, por si se producía un desmayo. Abrí y cerré los ojos varias veces y comprobé que seguía sin visión pero no noté ningún síntoma de desvanecimiento. No estaba soñando, pues estaba allí notando el frío de la piedra de la columna central en mis manos y la dureza de la pared en mi espalda.

Pensé que lo mejor era no perder los nervios y actuar con aplomo. Así que decidí iniciar el descenso para pedir ayuda. Bajé un escalón y, milagrosamente, la visión recuperó. Un poco, pero ¡ya no estaba ciego! Bajé otro escalón y comencé a vislumbrar mis manos agarradas a la columna central.

Paré el descenso y una vez tranquilizado comencé a realizar un análisis detallado, o digamos científico, de la situación que me llevó a la siguiente conclusión: ¡Al mover mi culo había conseguido superar la crisis! En efecto la pérdida de visión se produjo, al tapar con mi culo el único, y diminuto, tragaluz que había en el tramo central de la escalera.

Tranquilizado por el descubrimiento seguí subiendo hasta llegar al final donde pude contemplar una magnífica, y insólita, vista de la catedral. Que resultó ser mejor de lo esperado debido a inyección de adrenalina resultante de mi experiencia de superación personal realizada durante el ascenso. 

 

 

 

 

 

 

 

© Josep Vila 2020